jueves, 8 de septiembre de 2011


Ha sufrido un corto intento de llorar... Casi se le sale la lágrima leyendo una entrada anterior, pero, ahora ve, puede ser más fuerte que esa nostalgia dolorosa que produce un recuerdo.

Últimamente come menos, a veces come más, a veces se desespera y habla duro o escribe gritos en hojas blancas. A veces se echa el queso derretido encima y otras veces llega muy temprano a clase, pero lo mejor es que ahora sufre menos, ya no se preocupa, solo sufre porque sube de peso.

Ella mueve los dedos con más calma, ya no revisa cada uno de sus movimientos, se ha vuelto a sentir sexy, se ha vuelto a querer un poco, ya no se humilla ante él, ya no le grita groserías a nadie, ya no llora a diario... Ya no está con él, ya no piensa en él, ya no tiene heridas que tocar, solo heridas que olvidar.

Ahora tiene amigos íntimos, disfruta de los momentos, sale más seguido, habla con más gente, se demora más en la universidad... Ahora está a punto de volver a ser la de antes.

sábado, 6 de agosto de 2011

Finalidad.


Ya van dos meses de fuerza de voluntad... ¿Se han dado cuenta hace cuánto no escribía? Se siente una descarga, como si ya no hubiera de qué preocuparse.


Todos los lazos se rompieron, aún me pican las manos y me dan ganas de morderle los hombros y a veces halarle el pelo pero el rencor y el dolor que siento con sólo acordarme de todo lo que lloré, de todo lo que sufrí por conservar ese algo que me mortificó siempre, que solo me trajo problemas, que me hizo subir y bajar de peso radicalmente, que me hizo aprender más groserías, que me hizo perder fuerzas en algo que solo yo estaba empujando, es más grande, es lo que me frena a coger el teléfono y marcar y pedir perdón por n-ésima vez, porque siempre lo hice yo y solo la mitad de las veces de verdad reconozco que me equivoqué, y que va, ni siquiera, ahora no me arrepiento de las veces que él se estremeció y se preocupó por esto, porque además de que fueron mínimas veces no fue suficiente para que él sintiera lo que yo sentí, lo maltratada que fui, lo realmente adolorida y cansada que me dejó todo esto.

Ahora escucho Café Tacuba tranquilamente, voy a Unicentro buscándolo entre la gente pero rogando que no me lo encuentre porque no quisiera que él viera cómo lo ignoro, como sencillamente le mando una sonrisa ladeada. Salgo con el que yo quiero, ya no pienso en una fidelidad utópica, irreal.

"Mocos debajo de la mesa" me parece haber escuchado eso antes, en algún lado, como si yo lo hubiera escrito.